El mundo de A.
El día en el que el mundo de A. se convirtió en lo que es hoy, yo estaba presente, además de las ciento setenta y cinco personas que nos rodeaban. Sin embargo, es posible que fuera yo la única que se diera cuenta del cambio acaecido. Encontró uno de esos vértices que te alarga la vida varios gintonics y agarró el mundo por los cuernos. Bailó mil y una canciones de las cuales desconocía la letra, conoció noches de las cuales desconocía su sabor y aprendió nuevas y mágicas recetas para hacer el amor a su gusto y discreción. Ah, y olvidó sabiamente el número de algún amor mezquino. Sin duda lo más interesante llegó con el aire cálido de la ciudad en agosto. Se trataba de su sonrisa. Nunca jamás la había visto tan locuaz y parlanchina. No hubiera hecho falta que A. me expresara con palabras la locura de vivir sin sentir pena ni rencor ni apatía, la sensación aplastante de la felicidad en sus mejillas. Sólo con haberla mirado aquella tarde de agostocasiseptiembre con la sombra que a las sie...