Cerrado por decreto ley
Lloró hasta el cielo de Madrid. Lo recuerdo bien. Fue por la época en la que teníamos veranos de 300 días e inviernos de una noche de calefacción y vino de mesa. Nadie supo cómo ocurrió exactamente, solo que ocurrió. Lloraron todos los árboles del Paseo de Recoletos, anticipándose al otoño que tanto amaban los extranjeros madrileños. Las hojas comenzaron a volverse menos verdes hasta que se tornaron casi amarillas. Y simplemente un buen día ya no hubo jardinero que las mantuviera pegadas a los árboles. Lloraron los cafés de tarta con chocolate y aires parisinos de las calles de Lavapiés. Lloró (amargamente) el cine de películas japonesas al que me llevó como si fuera su enamorada. Lloró hasta Don Santiago, que no pudo más que morirse de pena por la ausencia que su trenza negra del norte dejó en la línea nueve de metro. Fue por el tiempo en el que Concha se cambió de piso, lo recuerdo bien. Se pasó horas y horas llenando su vaso de vino esperando a que ella volviera. Miraba hacia el...