Obsesiones
La primera vez que escuchó su risa el tiempo dejó de existir. Aquel sonido le erizó el vello de los brazos e hizo correr por su espalda un impulso eléctrico tan fuerte que creyó que le dolía. El cuerpo se le estremeció bajo la ropa y los dedos de los pies se le doblaron al instante. Dios, era como una explosión, como una explosión de colores en un mundo en blanco y negro. Después de aquello, comenzó a observarlo a diario. Se fijaba en los más mínimos detalles: la forma que tenía de coger un lápiz, como si fuera extremadamente delicado; cómo se rascaba el mentón, deliberando cada idea que le venía a la cabeza, calibrando, midiendo sus palabras; el movimiento de sus manos y sus dedos al hablar, a veces, estirándose como si de un contorsionista se tratara, otras, apretándose contra la palma con tensión. Cada detalle de su anatomía fue estudiada con detalle. La frente, que se demoraba en su camino hacia los ojos, almendrados, ocurrentes; sus pestañas dibujando un ángulo imposible sobre...