Aviso a navegantes: la primavera trompetera ya llegó
He descubierto que la primavera me trastorna. Años atrás lo sospechaba, pero ahora es ya una certeza.
El viento del nordés me vuelve agrio el humor y la lluvia me humedece los huesos. Y es entonces cuando resulta conveniente alejarse de mí y abandorme en mi soledad. Me desdoblo en mil partes, cada una contradictoria y pienso, a veces, que soy una princesa en un blanco corcel, y otras, que soy la más mísera de las plebeyas. Y me hundo en el más sucio fango de la acritud, el sarcasmo y el cinismo.
Y luego, cuando llega el esperado sol de abril, los huesos vapulean el agua que los ahogaba y dejan de doler. La piel se vuelve tersa y casi puedes notar la melanina formándose. Y entonces uno se puede acercar a mí y socializarme. Salgo de mi hibernación con unas gafas de sol y los graciosos pies moviéndose al son de una música caribeña. Y me creo bonita. Que no guapa. Sino bonita.
Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer.
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,
y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.
-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.
Jaime Gil de Biedma
El viento del nordés me vuelve agrio el humor y la lluvia me humedece los huesos. Y es entonces cuando resulta conveniente alejarse de mí y abandorme en mi soledad. Me desdoblo en mil partes, cada una contradictoria y pienso, a veces, que soy una princesa en un blanco corcel, y otras, que soy la más mísera de las plebeyas. Y me hundo en el más sucio fango de la acritud, el sarcasmo y el cinismo.
Y luego, cuando llega el esperado sol de abril, los huesos vapulean el agua que los ahogaba y dejan de doler. La piel se vuelve tersa y casi puedes notar la melanina formándose. Y entonces uno se puede acercar a mí y socializarme. Salgo de mi hibernación con unas gafas de sol y los graciosos pies moviéndose al son de una música caribeña. Y me creo bonita. Que no guapa. Sino bonita.
Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
y liga de mujer.
Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
Es el amanecer.
Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
después de amanecer.
Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
en la noche de ayer,
y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
desde el amanecer.
Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
hecho al amanecer.
-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
y no por el placer.
Jaime Gil de Biedma
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