Cultereándome: cine, música, poesía y una foto

Parte primera: cine, cine, cine

"Si fuera un rancho me llamarían Tierra de Nadie"
En sus labios sonaba increiblemente cierto y sus ojos atemorizaban a cualquiera. Pero él aguantó estoicamente las pullas que ella le mandaba. Y no se sabe si terminaron bien. Sólo que él le dio un bofetón, ella cantó "Put the blame on mame boy" mientras se quitaba un guante negro y Tío Pío mató al malo. No se sabe si terminaron bien. Porque ¿saben?, las películas nunca cuentan la verdad.




Parte segunda: la primavera trompetera ya llegó

Lágrimas negras me hace vibrar cada vez que lo escucho. Y cuando llega la primavera y saco las piernas al sol en mi terraza para sacerme de una vez por todas el invierno de los huesos, me hace sonreir sentir el piano de Bebo bajo mi piel.

Parte tercera: la ciudad, de Luís

Se hacen de hormigón y de cristal,
de lugares extraños y gentes ocupadas.

En todas crece un árbol
delante de la casa de un suicida
y hay niños que acostumbran a dormirse s
oñando con un perro.
No faltan desayunos en hoteles lujosos,
ni tampoco familias con jardín,
pero son más frecuentes los portales oscuros con pareja de novios,
el beso frío,
la rosa de cemento en la ventana.

Las calles desembocan en plazas descompuestas,
las tardes de domingo en las cafeterías
y el humo de los coches en los ojos del loco
que murmura sus años
y los cuenta sin fin
de metro en metro.
Al salir de los túneles sentimos
que los cielos de agua
son igual que una carta del pasado,
y suele comprenderse
que la vida es un arma lenta y de doble filo
en los pasos sin nadie,
en las noches vacías
o en la debilidad que tienen las ciudades
por los cines de barrio
y por las taquilleras muy pintadas.

A pesar de los plátanos, los olmos y los tilos,
a pesar de la hierba, si es que hablamos del Norte,
la gente que nos mira,
la gente que se salta los semáforos,
la que fluye delante de las tiendas,
necesita el amparo
de otra vegetación,
un sigilo de números y tarjetas de crédito
que extiende sus raíces por los sótanos
y busca soledad en los desvanes
como los muebles y las ratas viejas.

No es inútil viajar,
porque es cierto que todas las ciudades
amanecen de un modo parecido,
pero la noche llega en cada una
de manera distinta.
De día pueden verse
secretarias, conserjes, policías,
músicos callejeros y soldados,
dependientas que escuchan y sonríen,
oficinistas con olor a instancia,
conductores, extraños sacerdotes,
ejecutivos humillados.
Igual en todas partes,
porque apenas existen los kilómetros.
Pero existe la noche,
la soledad que borra los oficios
en un mundo habitado solamente
por hombres y mujeres,
confidencias de amarga valentía.

En las ciudades pueden encontrarse
relojes que se paran en la última copa,
la luna sobre un taxi
y todos los poemas que te escribo



Parte cuarta: la fotografía


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