Tarde de mayo soleadas

Hyde Park siempre había sido unos de sus lugares favoritos. Sobre todo en los primeros días soleados del año, cuando los londinenses cogían sus bocadillos y sus cafés y se iban a tomar el poco sol que el clima de la isla les permitía. Cuando todavía era necesario esa chaqueta de punto sobre los hombros y quizá incluso una suave bufanda que la protegiera de las inclemencias nocturnas. Le gustaba acercarse al lago de las sillas a rayas, quitarse los zapatos y caminar por la hierba, escuchando entre los graznidos de las ocas el refrescante fru-fru de la hierba bajo sus dedos.

Y él sabía todo eso. Así que decidió llevarla allí aquel maravilloso primer sábado de mayo. No es que fuera una cita, aunque él lo deseara con fervor. Trabajaban juntos desde hacía cinco años en una caótica oficina en la City. Allí la había conocido. Y no, no se había enamorado de ella la primera vez que la había visto. Todo eso había tardado un poco más. Había llegado más o menos dos años después cuando tuvieron que viajar juntos a Liverpool para cerrar un trato con una franquicia francesa que tenía allí su sede. Había sido en esos dos días, seguramente en el restaurante al que habían ido a cenar la noche que tuvieron que pasar en la ciudad. Era un sitio bastante cutre, a decir verdad. La comidad era mediocre y el servicio mucho más. El suelo tenía un extraño color grisáceo y los platos estaban demasiado amarillentos. Y el olor que salía de la cocina... Cómo había llegado a enamorarse de aquella mujer en un lugar así sería probablemente siempre un misterio. Sin embargo, así había ocurrido. Ella no había parado de hablar en toda la noche, contándole sus preocupaciones acerca del trabajo, quería ser madre pero no sabía si podría, ¿sería quizá ya tarde?. Habló sobre su familia; de su padre, que era abogado, y con el que tenía una relación complicada; de su madre, siempre dando demasiado a los demás y olvidándose de su propia felicidad... Y siguió hablando y hablando de su vida. Incluso llegando a contarle que había estado prometida hacía algún tiempo. Pero aquello se había acabado. Él se había marchado a Italia por trabajo y ella no estaba dispuesta a dejarlo todo por un hombre al que ni siquiera estaba segura de amar lo suficiente.

No sabía cómo había pasado, pero desde luego estaba embriagado por aquella mujer. Aquella tarde estaba increiblemente hermosa. El sol de Mayo acariciaba su piel, dorándola poco a poco, y hacía que sus ojos normalmente marrones adquirieran destellos verdes. Llevaba una camiseta blanca, sencilla, cubierta con una chaqueta gris de punto que le llegaba hasta los tobillos. De las orejas pendían unos pendientes grandes, redondos e imponentesy los ojos pintados de negro marcaban sus facciones, resultando todavía más sexy. Y el conjunto, inspiraba a la vez calidez y distancia. Una brutal sensualidad. Y eso lo desconcertaba casi de igual modo que su perfume.

En eso momento se quitaba los zapatos y pisaba la hierba seca del parque. Unos niños intentaban dar caza a una oca que huía despavorida campo a través mientras los padres, despreocupados, miraban lángidamente la sombre de los árboles.

-Me encanta pisar la hierba. Me hace revivir después del invierno.

-Estoy enamorado de ti.

Pero las palabras nunca llegaron a salir de su garganta. Se quedarón allí, en la boca del estómago, mientras una oca se preguntaba porqué habría salido aquella tarde de mayo a pasear.



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