Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal

El traqueteo del tren me mece en esta noche. Y me balanceo levemente. Ya es de noche y el vagón que me lleva de regreso a mi ciudad (esa de la que intento escapar) está casi en silencio. Aunque me llegan, susurrantes, las voces de conversaciones ajenas que no quiero escuchar. No quiero escuchar nada. Solo deseo mecerme y descansar. Liberar la mente de mis dudas y el cuerpo de esta pesadumbre que lo llena. Shhhh, cállense ustedes, que el sonido de las vías del tren me relaja.


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Agustín Fernández Mallo escribe en Nocilla Experience: "Josecho es del tipo de persona que se vitamina tan sólo con mirar desde la terraza". No he encontrado hasta hoy frase que mejor me defina.


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Y finalmente se libró la batalla, tal y como el oráculo había predicho. Aquella noche, la ciudad presenció una encarnizada lucha. Creían ambos que podían ganar. Y cuán equivocados se hallaban.


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Me hallo en un estado melancólico. Luís García Montero dijo anteayer en la presentación del libro "Contra la felicidad" de Eric Wilson, que no debemos temer ese estado, porque es el qeu nos impulsa a vivir, a crear. Y sí que lo es. Pero la melancolía, me temo, que puede llegar a ser lo más cerca que está jamás de la felicidad. Así que me he ido acostumbrando con el paso de los años a este columpio en el que cada mañana me siento. Como un niño en un parque, me mece y me enseña el cielo y el fango. El cielo. Y el fango. Y así continuamente. La felicidad. Y la tristeza. Esa que te llena los pulmones de un no sé qué, qué se yo y te emocionas con una canción, con un efímero momento. Y la trsiteza, esa cruda enemiga que nos asusta y nos hace temer la soledad (¿y por qué temerla?, me pregunto yo). Y entre medias me muevo. Me subo a mi columpio particular y me acomodo. Y así paso los días. Siendo felizmente melancólica.




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