Felicidad x2

Sí sí, querido. Finalmente y gracias a su intervención salí este domingo de cuasidiciembre en el que el frío es ya caluroso por su intesidad, de cañas, refrigerios y demás vinos. Me vestí y corrí al metro con un bolso grande grande y muchas cosas en él incluyendo música, libros y felicidad. La banda sonora-leída de esta mi historia del domingo que salí de casa para ser aún más feliz la componen a partes iguales pero inmiscibles Bob y Luis Alberto. Dylan con su disco número uno y de Cuenca con su palabrería pop.

Pues resulta, querido, que fue fabuloso. Paseé cantando a voz en grito con guantes y músculos entumecidos, viendo frutos luminosos en los árboles ahora ya no otoñales sino navideños (pues resulta que dicen por ahí los entendidos de esto, que usted sabe, entendidos hay de todo, que no son cuatro, sino cinco las estaciones que ocupan el año, a saber, otoño, navidad, invierno, primavera y verano). Fueron oteados en el horizonte de la plaza de San Bernardo, frutos azules y luminiscentes, oiga, que yo no daba crédito a tal evolución de la biología. Recorrí calles bellas y llegué a la esquina de aquella plaza tan linda donde "sólo un bar está abierto" según mi querida prima. Y resultó ser cierto (pese a mi reoconocido recelo). Allí se hallaban ellas, las tres, con dos vinos blancos, una caña, aceitunas con hueso y un cartel que rezaba "Vinos y tapas. 1923", que luego se convirtieron en dos vinos, dos cañas, aceitunas con huesos y quicos (porque, oiga, ¿sabía usted que aquí le llaman quicos a los maíces de toda la vida, cando ven se ve que é queixo?).

Salimos entonces y caminamos por la archiconocida calle de la Palma, con rumbo para mí desconocido. Y a cada paso que daba, querido, sí sí, a cada paso, los bolsillos se me iba llenando de vitalidad que robaba furtivamente de los balcones madrileños. En un lugar llamado La caracola dimos en parar, y fue entrar y parecer que me encontrara en Lisboa, como si un fadista de repente fuera a entrar para entonarme aquello de "Ay, María la portugesa desde Ayamonte hasta Faro se oye este fado por las tabernas donde bebe viño amargo". Pero, fíjese usted, querido, que no entró. ¡Qué contrariedad!. Sin embargo, allí nos hallábamos las cuatro, junto a una pequeña vela titilante, tres vinos tintos, una caña, una tosta de queso y cebolla confitada y cuadros como esos que le gustan a usted, querido, de esos que son de National Geographic, de gentes del oriente, con la cara toda arrugada de tanto reir. Y fue fantástico cuando recibí un mensaje de mi más mejor amigo (uno de tantos, que usted conoce bien querido, sí, sí, ese mismo) que rezaba "No dejes que nada te estropee tu cuasifabulosa vida marileña. Y digo cuasi porque será del todo fabulosa cuando yo esté allí el año que viene".

Y aconteció que volvimos a irnos tras conversar tranquilamente sobre las cosas de las que se hablan ante tres vinos y una caña, para dirigirnos (esta vez sí con conocimiento de coordenadas) a la Plaza del Dos de Mayo, que bonita, lo que se dice bonita, no es, pero tiene un encanto, oiga... Y justo enfrente de ese bohemio bar-café que tanto me gusta, haciendo esquina estaba nuestro destino, donde nos esperaban tres vinos tintos (y el resto de la botella), una caña, una pizza grande, una pizza normal, una dueña morena, ajada, pero con esa belleza que sólo tienen las gitanas mayores, una especie de sabiduría y poder que emana de su interior, y una pareja de argentinos rebellos, che, que entre milongas y trovadores trataban de arreglar el mundo con sus revoluciones, su socialismo y su acento relindo.

Y oiga, querido, ha sido una noche maravillosa. Y de camino a casa, en el metro, me dieron ganas de escribirle para decírselo. Así que mientras leía a de Cuenca, Luís Alberto, y exclamaba, en voz alta en el metro (sí, sí, en voz alta, igualito que si estuviera loca) "pero qué bueno" ante la grandiosisdad popera de sus palabras, fui perfilando este texto que ahora le dejo aquí, entre este olor a tomate argentino, felicidad gitana y frutos navideños que me acompañan.




En otro tiempo hubieras empleado la noche
en hablarle de libros y de viejas películas.
Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas
les aburren los tipos llenos de nombres propios,
que tu bachillerato les tiene sin cuidado.
De modo que le dejas tomar la iniciativa,
desconectas y finges que escuchas sus historias,
que invariablemente -recuerdas de otras veces-
versan sobre el amor, los viajes, la dietética,
su familia, el verano, la buena forma física,
el más allá, las drogas y el arte postmodemo.
De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos
con los tuyos, rozando levemente sus muslos,
y elevas a los cielos una angustiosa súplica
para que aquella farsa termine cuanto antes.
Pasarán, sin embargo, todavía unas horas
hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos
y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,
que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,
será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,
saldrás roto a la calle en busca de una taza
de café gigantesca, maldiciendo las copas
que arruinaron tu hígado en la estúpida noche
y pensando que, al cabo, merece más la pena
no comerse una rosca y hablarles de tus libros,
amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.
O buscarse una sorda para que nada falte.

Luís Alberto de Cuenca. Noche de Ronda







Para Pol, por hacerme salir de casa a pesar de estar a 600 km de distancia.

Comentarios

  1. Sólo diré una cosa:

    ¡Pero qué bueno!

    Gracias. Y un beso!

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  2. Sólo diremos otra... OTRA. Eres un solete. Besos, Veva y Tomás.

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  3. oiga... buenísimo!!!!

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