Desnudando almas

Dejó caer el agua sobre su cuerpo desnudo, lenta y suavemente, como un tónico purificante. Quería que se llevara el peso del mundo con ella, lejos de sí. Mojó su pelo, sus ojos inundados con lágrimas, sus pechos y su vientre. Detuvo la respiración brevemente y creyó, por un solo instante que todo se había acabado, que el dolor se había ido. Pero cuando la primera bocanada de aire entró en sus pulmones, lo notó. El agudo pinchazo del dolor, justo ahí, en el medio. No lloró más.

Salió de la ducha envuelta en una toalla, sintiéndose completamente vacía, de los pies a la cabeza. Vacía y cansada, como si todo el peso del mundo de repente hubiera caído sobre ella. Corrió por el pasillo gélido hacia la habitación. Se sentó en la cama. No pudo recordar el tiempo que estuvo así. Segundos, minutos, horas… Quizá toda una vida. Mirando al infinito, soñando con el futuro, sintiéndose pequeña, rota por dentro como una muñeca de trapo, maltratada por los años de soledad y esperanzas. Estúpida. Cuando se quiso dar cuenta, la agitación propia de los preparativos de una fiesta llegaba desde el salón. Al otro lado de la puerta el mundo seguía girando, incansable. “Por favor, que lo paren, que yo necesito bajarme”. Y entonces se levantó. Lencería de encaje negra, medias color burdeos y un vestido de infarto. Se vistió cual autómata. No sabía donde estaba, qué ocurría allá afuera y casi olvidó por un segundo quién era ella. Se subió la cremallera del vestido con delicadeza, intentando no pensar en el dolor que sentía por dentro. Gritar, morir en la cama abrazada a su ausencia, llorar con amargura. Sacó los tacones y el maquillaje. Delante del espejo se vió. Sin edulcorantes, con la piel al aire, los ojos hinchados de tanto llorar y el pelo rizado sobre la cara. Se observó quedamente, intentando encontrar algo detrás de la mirada que el reflejo le regalaba. Pero no fue capaz. Sólo encontró el vacío de un alma rota.

Extendió la base de maquillaje suavemente y ennegreció los ojos con el lápiz. Un poco de rimel y el rosa pálido de los labios. El pelo hacia atrás con una diadema. Sin pendientes, sin collares. Solos ella, el vestido y el negro se sus ojos, cuando de repente suena el timbre y corre hacia la puerta a abrir a unos tempranos invitados.

Le bastó solamente con ver sus ojos. Sencillos, azules y sin un pasado conocido.

Extrañamente guapo, locuaz y gentil. Sin complicaciones. Sin reproches, ni esperanzas, sin aspiraciones, ni pasado. Solos ella, él, el vestido y una noche por delante. Y aunque el dolor seguía siendo insoportable y el mundo le oprimía el corazón, un trocito de su alma se arregló. Una esquinita pequeña y solitaria. La ganó con su mirada y con sus manos, esquivas e insolentes. La ganó hablando de Achero Mañas y de poesía. De perderse por la ciudad. La ganó con la vida…

Y ella, llorando en aquel domingo de octubre, recordando sus ojos mientras se consume por un amor que nunca será.

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