Aires difíciles

Hoy fue martes todo el día hasta que por la noche cambió a sábado de tormenta a causa del viento que llegó del levante sin avisar. Las hojas enloquecieron y los humores madrileños cambiaron de repente. Ya se venía oliendo desde por la mañana: algo iba a ocurrir. Fueron pequeños hecho aislados e inconexos los que lo anunciaron: los gruñidos matutinos, el calor esperpéntico del mediodía, las inusuales velocidades del metro y la actitud cariñosa de los paseantes. Pero nadie se imaginaba algo así. ¿Cómo siquiera pensarlo?. Hoy fue martes casi todo el día.


Ayer

Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hasta el río.
A eso de la siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío, alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis,
qué divertido,
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche ¡qué
alegría!
La noche vino de pronto y se encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy, tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en aroma!
Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.

Ángel González

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