FIjaciones
Me fijé en ella en el mismo momento en el que entró. No fue su pelo recogido con gracia flamenca. No fue el collar sobre su escote. No, no, no. Fue algo más íntimo, más entre ella y yo. Como si se tendiera un cabo directamente entre su alma y la mía. Fue muy extraño. Recuerdo aún la electricidad que recorrió mi espalda de punta a punta y que las conversaciones de mis amigos, entre risotadas y demás divertimentos, desaparecieron instantáneamente para solo quedar esa cuerda que tiraba de mí. Me quedé embelesado. Sí, esa es la palabra. Embelesado.
Se sentó en una mesa al fondo del bar y pidió una caña. Sacó entonces una libretita que parecía haber sobrevivido a una guerra de lo vieja que estaba. Se puso a escribir en ella con un bolibic y d
e vez en cuando, levantaba la mirada hacia la puerta. ¿Esperaría a alguien? Un sorbo a la cerveza, un poco de escritura, un pequeño retoque al pelo. Y vuelta a mirar a la puerta. Me quedé atontado mirándola, imaginando la vida que llevaría. Seguro que era artista, no sé, pintora o escultora, bohemia. No, no, a ver, eso no era muy real. Quizá fuera camarera en algún bar del barrio o estudiaba algo relacionado con, ¿con qué?... No sabía nada de su vida, pero había algo en ella que me hacía querer saber más y más. Conocer su vida, sus sueños, sus pasiones. Y que me los contara todos y cada uno de ellos mientras me dejaba contemplarla...
No eran sus ojos, ni su boca. No era su vestido, ni eran sus uñas pintadas. Sus pestañas curvadas, la curiosa arruga que se le formaba en el moflete derecho cuando se daba cuenta de que miraba a la puerta para nada. No era ninguna de estas cosas. Si tuviera que explicar porqué ahora escribo sobre ella no sería capaz de explicarlo con palabras. Ese algo, esa cuerda que me unió a ella, ese feeling ilógico, extraño, apabullante ... Me volvió loco.
No eran sus ojos, ni su boca. No era su vestido, ni eran sus uñas pintadas. Sus pestañas curvadas, la curiosa arruga que se le formaba en el moflete derecho cuando se daba cuenta de que miraba a la puerta para nada. No era ninguna de estas cosas. Si tuviera que explicar porqué ahora escribo sobre ella no sería capaz de explicarlo con palabras. Ese algo, esa cuerda que me unió a ella, ese feeling ilógico, extraño, apabullante ... Me volvió loco.
En la mayoría de los casos, ese feeling ilógico, ese atractivo, desaparece automáticamente en el momento en que el desconocido o la desconocida pierden el prefijo. Su ocupación nos parece convenciona, deja de intrigarnos lo que guarda su libreta y la curva de sus pestañas se nos hace tan familiar y anodina como la colada al sol del vecino de enfrente. Y es que la vida es siempre más interesante cuando se vive en subjuntivo. Por eso al final uno acaba agradeciendo la timidez (o cobardía) que le impidió acercarse a la mesa de esa chica, y se conforma con imaginarla en mil nuevos encuentros repletos de misterio como una mirada fija en la puerta de un bar o "la luz de un sueño que no raya en el mundo poero existe".
ResponderEliminarEn fin, todo este rollo para decir que me ha gustado tu relato.
Saludos!