Italianeando con Marina


Y un buen día agarró un billete para sus sueños (que tenían nombre de ciudad italiana) y se fue sin pensárselo dos veces. Voló y voló por el Mediterráneo dejándose engatusar por las nubes cada vez más italianas que sí, sí, que tenían incluso forma de risotto. Aterrizó como quien se levanta de la cama en medio de una fase rem, esto es, con el pelo enmarañado y las gafas torcidas. Pero se recompuso ipso facto y puso por primera vez su pie derecho en Italia exclamando a voz en grito "aquí estoy yo para comerme el mundo a pedacitos".

Y así fue. Porque en Italia conoció Venecia, Milán, la grolla y las carreteras de Berlusconi. Conversó en inglés con un italiano que vivía en acordes de jazz y llevaba pantalones de cuadros. Y aún tuvo tiempo para colarse en un barco, detenerse en la piazza de San Marco y respirar arte por cada poro de su piel.

Además, encontró un recuncho en alguna calle perdida y solitaria italiana y me lo trajo hasta Madrid. Prometo algún día conocerlo. Pero sólo si tú me llevas. Porque ya sabes que Italiana te extraña. ¿O no?

Para Marina (una de mis luces madrileñas)

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