Martulia de Manoliland
Érase una vez, en un país muy muy cercano, una princesita de ojos inquietos y 110 libras de peso, que soñaba con caballeros de armadura blanca y lindos corceles. Vivía en un hermoso palacio de cuatro habitaciones, tres compañeras de piso y quinientas treinta y cuatro mesillas de desconocida utilidad. Martulia estaba locamente enamorada de su futuro esposo, el príncipe de Chamberí, desde que por primera vez lo había visto en un convite en las lejanas tierras de Cabañas, allá donde el mar mecía la tierra. Apoyada en el alfeirfar de la ventana, con la mirada perdida en el bosque de coches que pasaban por delante de su palacio, soñaba que él, con su pelo rubio ondeado por el viento frío de la sierra, venía a buscarla en su negra motocicleta, surcando los semáforos y los pasos de cebra a velocidades inimaginagles para rescarla del encarcelamiento al que se veía sometida entre econometrías, asientos fiscales y demás palabrería empresarial.
A Martulia le gustaba ir corriendo a todos los lugares aunque no tuviera prisa porque decía que así perdía menos tiempo. Le gustaban la miel y las pasas y perdía constantemente sus alpargatas en los lugares más recónditos de palacio. Tenía una melena negra y larga que peinaba con absoluta regularidad. Le encantaba ver los espectáculos que los trovadores del pueblo organizaban y siempre se reía a carcajada limpia con cualquier broma insignificante. Llenaba el mundo de luz. Amaba con locura a sus padres, los reyes de las tierras de Coruña, a los que había tenido que dejar para cumplir su deber como princesa y desposarse con Pedrunio, príncipe de Chamberí, para así sellar la paz tantos años atrás buscada.
Martulia era bien querida por sus súbditos. Les regalaba amor y hojaldres de miel cada vez que se lo pedían. Y Pedrunio la amaba con locura. Seguro que comerían perdices. ¡Vaya si las comerían!.
Para Elena...
gracias ... de verdad! me ha encantado!! :)
ResponderEliminarun beso enorme desde los aposentos de Martulia de Manoliland
no me canso de leerlo
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