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Mostrando entradas de marzo, 2009

En los años que me quedan

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Quizá es este olor a café recién hecho que inunda mi habitación, o la voz quebrada de Janis Joplin en ese intenso Summertime. O quizá sea este día de invierno atormentado. O que he dejado atrás mis días de escribir sobre lo que quisiera hacer y no hacerlo nunca, para por fin, sin más tardanza (ya llevo 22 años de retraso), actuar. Puede ser que esté pasando una etapa de locura transitoria que se acabará en cuanto cliquee sobre el botón de enviar o que mi vena peliculera y grandilocuente haya llegado a un punto álgido. Lo más probable es que me haya convertido en un personaje de alguna película de Cukor y sea esa otra yo la que te escriba y no aquella chica de rizos con sombrero que encontraste en una calle perdida de Madrid. El caso es que, sea cual fuere la razón, me apetece volver a verte. Es cierto. Porque ayer, mientras caminaba envuelta por la noche pensé en lo agradable que es encontrar con quién hablar de la vida y sus avatares, de bares de Malasaña y películas de Woody Allen. ¿

Cómo ser feliz en sencillos pasos

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Enamoradita perdida

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Hubo risas y sonrisas. Hubo Joaquinito y Delincuentes. Hubo solecito y aperitivo. Visita cultural. Nos acompañaron hierbas, ramas invernales y verdes de mil colores. Hubo quien toreó y hasta quien reflexionó sobre algún que otro beso. Hubo mujeres fuertes y capaces. Rubios, morenos y castaños. Ojos verdes y azules. Miradas fotográficas. Bohemios y gentes en busca de su lugar. Hubo hasta quien se reenamoró de la vida. Amores de una noche y amores legendarios. Futuros conocidos. Y por descubrir. Hubo personas que se conocieron. Y amigos que se querían. Yo me enamoré perdidamente de tres personitas relindas. Y de una ilusión: excursionear.

Desnudando almas

Dejó caer el agua sobre su cuerpo desnudo, lenta y suavemente, como un tónico purificante. Quería que se llevara el peso del mundo con ella, lejos de sí. Mojó su pelo, sus ojos inundados con lágrimas, sus pechos y su vientre. Detuvo la respiración brevemente y creyó, por un solo instante que todo se había acabado, que el dolor se había ido. Pero cuando la primera bocanada de aire entró en sus pulmones, lo notó. El agudo pinchazo del dolor, justo ahí, en el medio. No lloró más. Salió de la ducha envuelta en una toalla, sintiéndose completamente vacía, de los pies a la cabeza. Vacía y cansada, como si todo el peso del mundo de repente hubiera caído sobre ella. Corrió por el pasillo gélido hacia la habitación. Se sentó en la cama. No pudo recordar el tiempo que estuvo así. Segundos, minutos, horas… Quizá toda una vida. Mirando al infinito, soñando con el futuro, sintiéndose pequeña, rota por dentro como una muñeca de trapo, maltratada por los años de soledad y esperanzas. Estúpida. Cuando