El día en el que tire tu cepillo de dientes a la basura

El día en el que por fin me decida a tirar a la basura su cepillo de dientes, guardado celosamente en mi cajón del baño desde el día en el que se marchó de mi cama tras hacerme el amor, vendrá después de que, parada ante la estación de metro donde me dijo "te llamaré", no piense en el sonido tan maravilloso que tenía su sonrisa. Llegará el día en el que borre su número de teléfono cuando me levante por la mañana y no piense "¿lo encontraré hoy por casualidad?". O cuando me diga a mí misma (y me lo crea) que él nunca me dará lo que yo quiero (y merezco). No será el día en el que aparezcan otras manos que me acaricien, no. Esto no es sobre los hombres, ni siquiera tiene que ver con las extrañas arrugas en la comisura de su mirada. Ocurrirá el día en el que una catarsis acaezca y rompa las cadenas donde mantengo encerrado su recuerdo (estúpido recuerdo). Esto tiene que ver conmigo, con nosotras. Con los días de paseos nostálgicos, las risas por el sexo descafeinado y las mañanas de vacíos. Tiene todo que ver con nuestra rutina y los intermedios para el café (o mejor llamados intermedios para buscar las razones para olvidarlo).

Quizás suene a lamentación y a soledad. Pero lo curioso es que el día en el que por fin me deshaga de su cepillo de dientes, ese día no habrá llegado por la suma de pequeños momentos de tristeza por su pérdida o de tiempos de silencio y contemplación al mundo, sino de momentos de sonrisas por la existencia de nosotras mismas, de nuestra feliz idea del mundo y del amor. Estará compuesto por maravillosas tardes de excursiones, de miradas al futuro y de supervivencia en un mundo en el que cada vez estamos más perdidas e indefensas.

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