Caminante, no hay camino
No sé muy bien cómo ocurrió. Sólo sé que lo hizo y un buen día todo empezó a ser diferente. No sé si fue aquel 30 de abril triste y descorazonador. O el día en el que me entrevisté para el trabajo que cambiaría mi vida. O cuando N. enfermó. O si fue cuando me diste el primer beso. O quizá fueron las risas de A. y la vitalidad de mi otro A. O igual tuvieron que ver las canciones que C., muy sabiamente, me ponía en bucle esperando que no pudiera más que convertirme en una rebelde incansable. Igual ocurrió aquel domingo en el que el experimento no me salió. O el día en el que decidí estudiar Biología. Quizá tuvo que ver aquella adolescencia tan emocionante. O que J. se me acercara aquel día en el pasillo de 3º de ESO a recordarme que ellos seguían allí. O quizá fueron las conversaciones con L., V. y B. O las asombrosas ganas de enseñar de P. Quizá nada de esto tuvo que ver. O quizá, casi con toda seguridad, todas y cada una de estas cosas han hecho que hoy haya sido el día que yo quería que fuera.
Porque de repente, casi sin quererlo, te das cuenta de que has encontrado el camino que perseguías desde hacía 29 años. Casi sin darte cuenta has ido recogiendo las piedrecitas adecuadas que te han marcado el camino a seguir. Alguna vez escogiste la que no era. Pero no importó, porque supiste reconocerlo y aprendiste cuáles debías descartar y así, la próxima vez que aparecieron en tu camino, las desechaste enseguida sin dilación ni conjeturas. Quizá esas piedras maltrechas pesaran en tu bolsillo, pero valió la pena recogerlas porque te hacían avanzar con la certeza de que habías vivido y sabías que el simple hecho de que estuvieran ahí era un paso más hacia el final.
Así que aquí estamos. Hoy es tres de agosto de dos mil quince, es domingo y hace calor. Pero sobre todo, hoy es ese día en el que siento que estoy en mi camino. Hoy me siento yo a más no poder y desprendo mi esencia por los cuatro costados. Hoy sé que lo que me proponga, al menos, lo perseguiré. Siento que puedo hacerlo. Siento que quiero hacerlo. Y aunque muchas veces (la mayoría) no sabré cómo hacerlo, sé que tengo que andar MI camino. Que tengo que recoger todas las piedras, tanto las correctas como las que no lo son. Caminando sin prisa, observando a mi alrededor, permaneciendo atenta a los desvíos y a las piedras con las que tropezaré. Y así, paso a paso, golpe a golpe y verso a verso, hacer camino al andar.
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