Y al fin ese día llegó

Un buen día, casi sin quererlo, ocurre que son las once y media de un martes y escribes las últimas palabras de tu planificación: “…y así verificaré la comprensión”. Punto y final. Adiós muy buenas. La función se ha acabado. S’ha acabat. Rematou. Amaitu da. La-úl-ti-ma-pla-ni-fi-ca-ción. I can’t believe it.
Y tú eres un cúmulo de sensaciones encontradas. Por un lado, suspiras, aliviado. Ya no más planificaciones. No más “¿cómo vas a transmitir mentalidades?” (uhm, plantear un trasplante de cerebro a los niños es demasiado, ¿no?). No más oraciones subordinadas, procedimientos matemáticos ni present continuous infernales. Ya no más deadlines de 48 h (en serio, ¿alguien lo ha cumplido más de dos veces?). No más discusiones existenciales a las dos de la mañana sobre si la práctica guiada debe o no debe ser dinámica. No más “dormir está sobrevalorado” (¡no lo está!) ni “¿quién está hoy de patio?”. En tu vida ya no habrá más comisiones que salen de debajo de las piedras ni impresoras que se atascan ni salas del sudor ni gomets rojos y verdes. En tu vida ya no habrá más Instituto de Verano (IdV)…
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Y por eso, por esa falta de IdV, también sientes que la vida ya nunca volverá a ser igual. Porque nadie (y cuando digo nadie, es nadie, ni siquiera Pepe) coreará tu nombre cuando, en la cena de Nochebuena con tu tío Ramón el del pueblo, levantes la mano esperando obtener el 100% (y lo consigas). Porque sabes que la vida será distinta cuando, para entrar a comer a un restaurante, no tengas que correr como si fueras Usain Bolt. Porque eres consciente de que cuando estés organizando una fiesta con tus colegas y tú les digas, con mirada intensa, “esto será lo que vosotros queráis que sea”, los convencerás y será la maldita mejor fiesta que se haya organizado nunca. Porque sabes que cada vez que se tararee “nana nananananana nananananana nananananana nanananana”, la imagen de 40 hombres y mujeres hechos y derechos bailando descontroladamente acudirá a tu cabeza y reirás a carcajada limpia. Porque, da igual las veces que la escuches, la palabra “podemos” siempre estará ligada a LA CANCIÓN. Y porque sabes que, a partir de ahora, nunca volverás a menospreciar el trabajo de un encuestador.
Y así ocurre. Que es martes, son las once y media y acabas de planificar por última vez. Y no te queda otra que cerrar el ordenador y marcharte a dormir. Aunque no sin antes echar una última mirada a esa sala repleta de amantes de las planificaciones y las buenas prácticas. A esos campeones que no se han rendido ni en el último día de la escuela, buscando el mejor ejercicio que plantear a sus alumnos, haciendo trackers de última hora, creando dinámicas motivadoras y corrigiendo pruebas de salida para poder dar lo mejor a sus alumnos. Esta gente que no ha cesado en su empeño por cambiar el mundo y hacerlo un lugar mejor. Todas estas personas que saben que depende de ellas. Que son ambiciosas, inconformistas y profesionales a más no poder y que a pesar de que el túnel esté oscuro, están tan convencidas de que al final habrá un atisbo de luz, que no pueden más que levantarse a las 6 de la mañana para repasar su planificación y mejorar un poquito más.
Echas la vista atrás y saboreas ese momento. Ése en el que te das cuenta de que ¡cómo no vamos a conseguirlo!, si aquí hay 40 jóvenes dispuestos a comerse el mundo, cucharada a cucharada, y convertirlo en un lugar mejor.

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