Fiestas de despedida




Ya hace tiempo que comenzó la cuenta atrás y no es que no me importe, es que simplemente sé que lo hará. Así que vamos a preparar fiestas de despedida, por doquier y a todas horas, por todos los días que se marcharán. 

En realidad, las fiestas de despedida ya empezaron hace algunos meses entre cenas, viajes, amantes de varias noches y conversaciones infructuosas. Ya estaba tomada una decisión que no se desarrolló hasta el vigésimo noveno día de aquel agosto de dos mil dieciseis cuando ocurrieron los hechos que A. definió como un comienzo de un fluir diferente. Ese día las camas se removieron, aparecieron los números pares en las habitaciones y se escogió la canción que procedía. Con ella en los altavoces, nos fuimos despidiendo de un año lleno de fotos robadas, de días valientes en los que plantamos cara a aquello que no queríamos y de inicios felices de tiza y rotulador.

Seguiremos preparando grandes fiestas de despedida por los días que se marcharán. Pero preparemos también fiestas de bienvenida por los maravillosos días de calma chicha que vendrán, llenos de estómagos tranquilos, sonrisas limpias y quedadas con sabor a salitre. Brindemos donde sea: en el tren, en la calle, en las reuniones, en las clases, en los bares y en las camas revueltas. Brindemos por todos los días tan
rápidos
fáciles
intrépidos
imbéciles
que se marcharán.



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