Cuando M. defiende la alegría
Tengo una amiga que es luz. Pero no como esas luces que aparecen en las ciudades un triste lunes de noviembre, con ese gris tan de asfalto y coches amontonados. No, ella es otro tipo de luz. Es la luz de las tardes de primavera en una terraza de MadriZ. Es la luz del luscofusco que deja el sol sobre el atlántico en las interminables noches de San Juan. Es el anaranjado de los amaneceres que te sorprenden una mañana de domingo (o una noche de sábado) saboreando los besos de algún amante fugaz en los portales de la Gran Vía. M. es esa luz que cuando la ves algo se te remueve en las entrañas y una sonrisa se te escapa por la comisura de la mirada. Se rumorea que este hecho ha llegado a los oídos de los jipsters que copan las calles de Malasaña y que andan en su busca y captura para usarla como antídoto contra la rutina de los días de bigote y de modernismo desmesurado. A mí me han preguntado si la he visto por algún sitio, pero he tenido que mentir y decir que no. ¡Me niego a...