Madrid me trastorna. Lo ha hecho desde que lo conozco, allá, cuando aún no contaba siquiera 12 años. Mis padres nos llevaron a mi prima y a mí a "conocer mundo", como ellos solían decir. En un viejo golf rojo, con una manta de lana, nos acomodábamos dulcemente en el asiento trasero y veíamos cambiar el paisaje: a terra chá, los verdes campos gallegos, las montañas nevadas de piedrafita y la inmensa llanura de Castilla. En la radio se intercalaban éxitos del momento con los Sabandeños, Aute, Silvio y los Panchos. fue entonces, durante aquellos viajes, cuando aprendí a amar la música y los campos castellanos. Recuerdo que Madrid me pareción un lugar inhóspito. Demasiado hormigón, le dije a mi madre. Y mi madre se rió de mí, porque yo era un renacuajo asustado por el tráfico de la ciudad y no comprendía todavía que años después querría volver a ella e inundarme de aquel torrente de gente que me apabullaba en la calle Huertas, bajando hacia Sol, donde (lo recordé hace no más de d...